Juro Solemnemente Que Mis Intenciones No Son Buenas

16 ene 2023

Más que una crónica es un chisme de barrio

En el conjunto de Aguamarina, en el barrio Topacio de Ibagué, brillan pequeñas lucecitas de colores. Azul, rojo, amarillo. Ya se siente el espíritu navideño. Cerca, la panadería Pinipán, el local de hamburguesas, la heladería, la barbería, el bar de la esquina. El barrio tiene más vida de noche. Son las 8:50 de la noche en la ciudad de Ibagué, junto a mi camarada Nelson nos bajamos de la ruta 9, al frente de la iglesia Nuestra señora de Guadalupe, al lado de esta, se encuentra el mejor local de arepas mixtas, al pasar frente al local, el olor a carne desmechada cociéndose al carbón acompañada de un guiso que solo puede traer consigo un dolor de barriga al otro día. Hasta el más vegetariano, pecaría con el objetivo de probar tan delicioso manjar. Poco a poco nos alejamos del sector comercial del Topacio. Mientras más avanzamos, el barrio es más oscuro y sinuoso, poco a poco se van perdiendo las risas y gritos del sector comercial, para entrar en un profundo silencio, que sólo se interrumpe con nuestra respiración jadeante. 

Cruzamos una cuadra, volteamos a la izquierda y por fin llegamos a la cuadra donde más años pasé jugando fútbol con los que alguna vez fueron mis amigos de niñez y que hoy, solo son recuerdos. Recorro la cuadra junto a mi compañero, en una oscuridad acogedora. No hay ningún destello de luz, aun así, tengo la plena seguridad que las vecinas chismosas nos están observando. Ignoro todo ello, ya que por fin logró llegar a mi hogar. Mi compañero Nelson se despide. Son las 8:57 de la noche y busco las llaves del enrejado. Mientras lo hago, miró en dirección a la casa de enfrente, las luces se encuentran encendidas, se escuchan pequeñas risas y logró reconocer algunas canciones de Rock en español. Al fin encuentro las llaves del enrejado, la abro y subo al segundo piso. La puerta de mi casa para mi sorpresa se encontraba abierta  y en la entrada mi perrita me estaba esperando, cómo espera una madre a su hijo después de que este haya vuelto de la guerra.

Una voz suave me da la bienvenida:

 Otra vez ese olor a marihuana en la casa de los vecinos  dijo mi abuela con molestia mientras se acercaba a la puerta para mirar a los vecinos de enfrente. Son los peores vecinos que hemos tenido.

Yo solo huelo pollo frito abuela —digo con una sonrisa en mis labios—. Un día de estos le traigo pollito frito de la universidad, así quizás, te relajes un poco.

Vaya coma mierda dice mi abuela riéndose—mejor vaya al comedor y cene más bien.

Mientras me dirigía al comedor, pensaba: mi abuela es muy exagerada… ciertamente hemos tenido peores vecinos, estos vecinos a comparación de muchos son un encanto. Los anteriores a estos, recuerdo muy bien sus últimas semanas en la casa de enfrente y la razón principal por la cual la dueña de la casa les ordenó que se fueran de la misma o por lo menos es la teoría que tiene mi abuela: Las constantes peleas que producían la mujer y el hombre producto del alcohol.

La última pelea que presenció la cuadra fue durante los inicios de septiembre, era un domingo, recuerdo bien. El día anterior habían mandado a traer cinco canastas de cerveza y como todo buen colombiano, prepararon el equipo de sonido para tener a toda la cuadra despierta hasta las dos de la mañana. Durante la fría, pero alegre noche nos acompañó Vicente Fernández, El binomio de oro, Grupo Niche y el único e infaltable Diomedes Díaz. Desde la ventana de mi cuarto observaba a la familia que se encontraba afuera de la casa, lo que algunos llaman la parte del jardín. El padre un hombre gordo, moreno y con indicios de calvicie tenía en sus piernas a su hijo. Mientras el padre agarraba una cerveza con la mano izquierda, con la otra jugaba en el celular con su hijo. Un niño de 8 años que todos los días a las doce y quince de la tarde regresaba del colegio. La madre una mujer de baja estatura, con una cabellera de color naranja parecida a la de Cindy Lauper, pero mucho menos cuidada, una mujer con bastantes marcas de expresión producto del trabajo que ha tenido que llevar durante toda su vida, dicha madre cantaba a todo pulmón cada canción que sonaba en el equipo de sonido, se les veía felices. Sí no conociera su historial de peleas muy probablemente hubiera participado en la fiesta, pero no. En algún punto de la canción del cóndor herido me dormí y no supe nada más hasta la mañana siguiente.

Eran las 6:30 de la mañana y aún me encontraba durmiendo cuando de repente el grito del hombre de enfrente me despierta. Segundos después logró escuchar estallidos de botellas para terminar nuevamente en gritos, pero esta vez del niño y su madre. Me levanto de la cama y me dirijo a la sala para llegar finalmente al baño, sin embargo, al entrar a la sala encuentro a mi abuela observando en la ventana oculta entre las cortinas para que no capten su presencia de vecina chismosa.

Al ver esto le digo:

 ¡No sea tan chismosa abuela! —digo totalmente avergonzado.

 Mejor venga y mira conmigo  dijo mi abuela con un tono un poco apenada.

Aceptó de “mala manera” su propuesta y caigo en su manipulación aun cuando mi vejiga está a punto de explotar, caigo en las palabras de mi abuela y la acompañó en su actividad de chismoseo.  Desde el segundo piso mi abuela y yo tenemos la posibilidad de observar por completo la escena de los hechos, el sol aún no ha salido por completo, solo se vislumbran pequeños indicios de este en el cielo, el jardín de la casa de al frente está cubierto de vidrios de botellas, las canastas de cerveza del día anterior, ahora solo tienen botellas vacías del líquido alcohólico y el parlante de la casa de los vecinos se escucha poco en comparación de los gritos del hombre, la mujer y el niño. Quedó asombrado ante mi sorpresa, ya que la persona que estaba destruyendo las botellas de cerveza era la mujer. Era el hombre y el niño entre lágrimas quienes trataban de detenerla. El hombre en un intento de que la mujer parara dijo:

¡Pare! dijo el hombre alterado, no ve que va despertar a los vecinos.

Me importa un culo si se despiertan, yo veré que hago dijo la mujer con una mirada de odio al padre de su hijo.

¡Mamá por favor para! dice el hijo llorando, tranquilízate por favor.

La mujer ignora por completo las súplicas de su hijo, toma un trago de la cerveza que tiene en la mano derecha y vuelve a gritar:

¡Todo esto es su culpa Roberto, tu trabajo como repartidor es una mierda, no alcanza para nada, si no me matara en el trabajo no tendríamos comida! dijo la mujer en total histeria.

Entonces si mi dinero no sirve mejor me voy —aclaró Roberto algo triste.

Pues váyase, lárguese, estoy mejor sin usted —manifestó la mujer.

Al terminar sus palabras la mujer se acercó unos centímetros al hombre, lo suficiente para que el hombre no pudiera tocarla, La mujer con todas sus fuerzas  lanzó la botella de cerveza directo a la cabeza del hombre, ante unos reflejos solo comparados a los del hombre araña el hombre logra esquivar la botella para que esta estrelle en la puerta y se vuelva a escuchar el sonido de los vidrios romper. Al finalizar el impacto, el niño corre hacia su madre y la abraza suplicando que parara una última vez.

En mi casa, mi abuela y yo estábamos en un completo estado de shock, pensaba: ¿Cómo es posible que un niño de 8 años pueda tener más inteligencia emocional que su propia madre? Que putas. ¿Cómo es posible que este niño esté pasando por esto? Ningún niño debería pasar por esto. ¿Dónde hay algún adulto que pueda solucionar esto? Ante estas palabras tuve la respuesta. ¡Hay que llamar a los policías! Salgo de la sala y me dirijo a mi cuarto, al entrar vuelvo a escuchar los gritos del niño y botellas sonando como si estuviéramos en un tropel de la UT. Entro y empiezo a buscar mi celular, busco en la cama, busco en la ropa sucia, mierda no lo encuentro, busco en la estantería, ¡Mierda! no encuentro nada, tengo que hacer algo, ¿piensa donde lo dejaste? Miro el enchufe que está al lado de la cama y ahí está el maldito: Cargando batería. Lo desenchufo, desbloqueo y empiezo teclear en la pantalla del celular el número de la policía 1, 2 y 3 llamó… nadie contesta, ¡Mierda! No tengo minutos. Salgo del cuarto y voy por el celular de mi abuela, lo encuentro en la sala, lo tomo y llamó… ¡Mierda! No hay señal. ¡Hijueputas Tombos, no sirven para un culo!

Vuelvo a la ventana y veo que el hombre y su hijo están dentro de la casa con la puerta encerrada y la mujer afuera de esta. La mujer en su capacidad creadora crea un mar de insultos y genera botellazos a diestra y siniestra que retumban en la puerta, parecieron horas, pero solo fueron tres minutos. Por fin, después de esos tres minutos una policía y un policía llegan a la escena del crimen. Ambos bajan de la moto. Al momento de entrar a la propiedad él policía movió la puerta del enrejado, una puerta tan vieja y oxidada que las personas que aún estaban dormidas seguramente despertaron por el chirrido de la puerta y se unieron al chismorreo. 

Los policías al entrar a la propiedad notaron alrededor de la entrada el mar de vidrios rotos, las canastas de cerveza y las cervezas a medio terminar adentro de la sala. Los policías pidieron que abriera la puerta a lo que el hombre obedeció, a continuación los policías hicieron toda la rutina ante estos casos de violencia. El hombre explicando lo ocurrido y la mujer defendiéndose diciendo que era un borracho, que le pegaba y que era un mal padre. Ante esto el niño intentó calmar a sus padres pero solo logró que la mamá lo callará, a lo que el hombre se acercó de manera agresiva a la mujer pero él policía se interpuso y amenazó con arrestarlo si tocaba a la mujer. Parecía que la llegada de los policías había calmado la situación, pero en una de las frases el Hombre dijo:

Señor oficial esta mujer está loca dijo el hombre que vivía en esa casa.

Con esas palabras. La mujer volvió en Cólera, tomó nuevamente una botella de cerveza y ante la sorpresa de todos lanzó la botella al hombre, para fortuna de este, pudo volver a esquivar, pero la botella pegó al vidrio de la ventana haciéndola añicos. El hombre grita:

¿Qué te pasa? Estas loca dijo el hombre atónito ante la reacción de la mujer ¿Cómo lo vas a pagar?

Lo voy a pagar con mi plata, porque yo trabajo y me la ganó Concluyó la mujer.

Los policías volvieron a tomar control de la situación y en un par de minutos estos ya estaban hablando de manera silenciosa, siendo imposible escucharlos y al ver la situación terminada, llevó a rastras a mi abuela a la cocina para que hiciéramos el desayuno, mientras íbamos a la cocina comprobé que estaba completamente mojado de sudor, pensaba: Menos mal esto ya terminó. Esa fue la última pelea que tuvo esa familia en esa casa, ya que después de dos semanas todos se habían ido de allí. Al mes de que estos se fueran, la dueña de la casa resignada mandó a colocar nuevos vidrios al apartamento. A la semana siguiente, los vecinos del pollo frito llegaron al apartamento y la verdad he disfrutado su compañía, sus gustos musicales son parecidos a los míos y tienen un gato, razones suficientes para considerarlos como buenos vecinos.

Son las 10:00 de la noche en la ciudad de Ibagué, me encuentro en mi cama, escuchando la canción de Mon Laferte que colocaron los vecinos de enfrente: Tu falta de querer, acompañado del olor a marihuana de estos mismos. Escucho decir a mi abuela:

No me gusta esa música de marihuanos dijo mi abuela aburrida, por no poder escuchar bien la novela, producto de dicha música.

A lo que yo le respondo:

Prefiero unos marihuanos existenciales, que unos borrachos peleoneros confieso ante mi abuela. 

 

Han pasado cuatro meses y la dueña del apartamento aún espera que le paguen los vidrios rotos de la ventana.

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